La ofensa a Dios
Algo que preocupa mucho a los católicos escrupulosos es ofender a Dios. Asociamos esa ofensa con una maldición, una mala palabra, o incluso una frase hecha que incluye el nombre de alguna de las Divinas Personas.
Sin embargo, a mí me cuesta creer que un Ser ominipotente pueda sentirse ofendido por una palabra dicha en un momento de ira, confusión o por simple diversión o ignorancia. Me imagino a un bebé de dos años que apenas puede balbucear, dicendo tonterías “contra” su padre o incluso tratando de pegarle o morderlo. ¿De veras se siente ofendido el papá por los intentos vanos de su hijo por hacerle daño, aún cuando esa fuera su verdadera intención? O por el contrario, ¿le hace gracia ver al pedacito de gente hacer un berrinche?
Y nuestra distancia con respecto al Padre es infinitamente más grande que la del bebé con su padre.
Entonces, ¿qué ofende a Dios, qué es capaz de hacerle daño?
Volviendo a nuestra pobre analogía, cuando el hermanito mayor le pega a su hermano pequeño, cuando le hace llorar o cuando le quita sus cosas… ¡eso sí nos enoja! Que el bebé se quiera pelear con nosotros nos hace gracia. Incluso si el hermano pequeño se defiende, lo alentamos a no dejarse. Pero lo que sí nos molesta sobremanera es cuando alguien en posición de autoridad abusa del hermano más débil.
A lo largo del Antiguo Testamento, Dios alienta a Su pueblo a defenderse y batallar en contra de los opresores y al mismo tiempo exige compasión con la viuda, el huérfano y el extranjero. No hay incoherencia en Su palabra. Es tan claro para El como para nosotros como padres, que lo que nos ofende es que el hermano fuerte haga daño al hermano débil. Este sentido de justicia está tan fuertemente impreso en nuestros genes que instintivamente tomamos partido por el débil y sólo nos alineamos con el fuerte cuando nos mueve un sentimiento egoísta de interés personal.
Entonces, la ofensa a Dios no es ni por lejos una palabra fuerte ni un estornudo en plena Misa. La ofensa a Dios es el daño al hermano, cuanto más si este hermano es pequeño e indefenso. Revisa los Mandamientos y verás cómo están ordenados a evitar el daño al hermano porque lo que hacemos a uno de ellos, a Él se lo hacemos, y no para “beneficiar” al Padre que no tiene ninguna necesidad de nuestras ofrendas.