Fides et frustratio
Tengo muy baja resistencia a la frustración. Lo cual es sorprendente, dado que he pasado tres cuartas partes de mi vida en uno de los negocios más frustrantes del mundo. En publicidad nada es perfecto, todo tiene cambios, las satisfacciones son efímeras y nunca tienes algo concreto que puedas decir honestamente “eso lo hice yo”.
Y aunque es etimológicamente correcto decir frustratio en latín (significa engañar), la traducción correcta es vanitati, vanidad. Y así las cosas toman otro sentido.
La frustración no es más que vanidad, la creencia errónea que las cosas deben salir como YO quiero en el momento que YO decido de la forma que A MÍ me da la gana. ¿De qué sirve eso, más que para alimentar el ego? Se los dice el hombre más ególatra del mundo.
Paradójicamente, vivir uno de los momentos más frustrantes de mi vida, me está enseñando a tener un poquito más de fe. No, no llega ni al tamaño del granito de mostaza, pero un poquito. Mi señora lo dice de otro modo: tranquilícese que al final todo va a salir bien. Bien no significa que vaya a salir como yo quiero. Sólo significa que va a salir, que mañana, dentro de un mes o dentro de cinco años, nadie se acordará que YO quería que saliera de otra manera.
Cohélet (del libro del Eclesiástico, de donde viene la cita de arriba), dice que por más que haga todo esto pasará y que todas sus obras son vanas. Curioso destino para un hombre que, según él mismo se describe, era rico, poderoso e influyente. ¿Quién se acuerda de sus obras, sus palacios y sus frustraciones? Mi padre solía salmodiar esas mismas palabras y hasta ahora me estoy acordando de eso.
Me encantaría decir que gracias a ésto ya tengo en mi corazón la solución a todos mis problemas y en mi mente la paz que da la fe en el Señor. Sería mentira. Sigo frustrado, sigo vanidoso, sigo sufriendo por cosas que no valen la pena. Aquí me quedo entre la ceniza, rascándome las llagas con un pedazo de teja (Job 2,8). Que el Señor se apiade de mí.