Se vende pickup
Cuando yo era joven (Pepperidge Farm remembers), existía la costumbre de intercambiar tarjetas de Navidad entre particulares. A finales de noviembre iba mi papá a la imprenta a elegir un diseño, un mensaje predeterminado, agregarle la leyenda “son los deseos de la familia…” y luego nos dedicábamos a hacer la lista de a quién le mandábamos tarjeta, en la que siempre destacaban los vecinos.
A cambio, recibíamos una cantidad similar de tarjetas de los vecinos, muy pocas de los negocios y las pegábamos en la pared según iban llegando.
La costumbre pronto desapareció y las tarjetas de Navidad se volvieron una exclusividad de los negocios. Con los años se volvieron “electrónicas” (vulgo, gratis) y ahora ya no existen las verdaderas tarjetas navideñas.
Hoy día la tarjeta de Navidad se ha vuelto una excusa para mandar un anuncio más, los horarios de vacaciones de fin de año y alguna otra estupidez similar. No me imagino a mi padre pidiendo en la imprenta un diseño que anunciara su negocio, mucho menos que publicara una lista de precios. Hoy día eso sería lo menos ofensivo.
Aquí es donde nos enfrentamos al problema eterno de la publicidad: usar un mensaje para lo que no es. El anunciante siempre dice “aprovechando…” Y aprovechando desperdicia un excelente saludo navideño y un excelente anuncio. Está muy bien comer tamal y tomar ponche, pero uno no pone las dos cosas en una licuadora y las toma con pajilla.
Seguro, cuesta lo mismo, más de algún cliente cae en estas fechas. Pero la tarjeta no era para eso.