Los sentimientos son reales
No voy a discutir aquí sobre la calidad de la nueva entrega de Matrix ni quiero hacer spoilers, pero hay una pequeña parte de la película que me llamó la atención. Sin dar demasiado detalle, el tema era que los sentimientos generan más energía para la Matrix que las acciones. Hasta allí lo dejo. Ahora, mi reflexión personal.
Creo que Lana tiene razón. Desde que nuestra sociedad se encuentra dominada por el pragmatismo y la incredulidad, el valor de los sentimientos se ha visto disminuido hasta el punto de decir que no son algo real. Cuando un chico sufre sus primeros reveses amorosos, quizás a sus doce años o menos, los adultos minimizamos su dolor dando a entender que “eso no es nada”, que “se está ahogando en un vaso de agua” y así vamos entrenándolo para pensar que sus sentimientos no tienen valor. Luego nos sorprende que no nos quiera expresar su cariño, cuando nosotros mismos le hemos dicho que eso no sirve para nada. Tampoco es el tema de hoy.
En el mundo del marketing de hoy, cuando todos los productos dan más o menos el mismo resultado y cuestan más o menos lo mismo; los encontramos a la misma distancia y su publicidad dice poco más o menos lo mismo, el único diferencial que nos queda es el sentimiento que provocan y es algo que también se desprecia como valor de la marca.
Hay que aclarar que no hablo aquí de publicidad como se entendía hace 40 años. En aquéllos dorados tiempos, cuando todos mirábamos los mismos dos canales de televisión en el mismo horario, era fácil para el publicista “crear” una imagen y “generar” un sentimiento con un anuncio de televisión. Hoy día eso ya no existe. El sentimiento ahora es algo real, fruto de la experiencia y miles de mensajes recibidos, muy pocos de parte del anunciante.
“Este lugar me parece caro”, “aquí me tratan mal”, “acá siempre hay cola” son apenas unas de las miles de interacciones que un negocio genera cada día con sus consumidores y todas generan un sentimiento que es muy real. En igualdad de condiciones, prefiero “A” sobre “B” porque me siento mejor con “A” que con “B” y no me pregunten por qué porque así es.
Cuando ese sentimiento se afianza en la mente de un grupo grande de consumidores, es casi imposible vencerlo. No con una campaña, con un slogan o con una imagen de stock. Necesita mucho esfuerzo, miles de mensajes, interacciones y propuestas que quizás, después de mucho tiempo, puedan cambiar una percepción ya fijada.
Y hablando teológicamente -ateos, pueden dejar el artículo ya-, San Juan define a Dios como un sentimiento: Amor. “Deus charitas est” lo define aún mejor que nuestra pobre palabra “amor”, porque Dios no es enamoramiento, mariposas en el estómago ni suspiros en la lluvia. Charitas sí es un sentimiento, pero un sentimiento que mueve a la acción. No podía ser menos, si Dios es capaz de hacer girar planetas y reventar estrellas. Un charitas que puede poner un planeta gigante a millones de kilómetros de distancia para evitar que los cometas nos golpeen, un charitas que fabrica metales en el interior de estrellas para que tengas tu teléfono celular, un charitas que perdona tus pecados porque te ama, que se alegra de tus triunfos y llora tus fracasos aunque “no sean nada” y aunque “estemos ahogándonos en un vaso de agua”.
Si un sentimiento no fuera nada, el Universo no existiría. Y aquí estamos nosotros, creyéndonos reyes de la creación porque podemos ponerle precio a un pedazo de oro.