En mis tiempos teníamos valores
Es cierto que sueno como mi abuelo, pero no puedo resistir la tentación. Y para no perder el hilo, voy a hablar de publicidad.
La verdad es que en materia moral, los jóvenes de hoy que conozco están mucho más avanzados que los de mi generación. No es lo mismo tener escondida una Playboy bajo el colchón de la cama para que mamá no la encuentre, que tener RedTube en la computadora y deliberadamente decidir no verlo. Para mí, eso es un avance importante.
Pero en materia de publicidad, ¡Santo Niño de Atocha! Cero. Hace 30 años, no se cuestionaba si un anuncio debía ser veraz, se consideraba un valor intrínseco de las personas y una forma simple de evitarse problemas. No faltaba algún anunciante o publicista deseando retorcer la verdad, pero allí quedaba. Hoy día la verdad es más la excepción que la regla. Más allá de las hipérboles y las licencias creativas, los conceptos hoy son más falsos que billete de 2.99. Empezamos con los infomerciales y ahora es muy difícil encontrar un anuncio que no diga al menos una mentira descarada.
So, what? Pues casi nada. Con jóvenes más atentos y adultos más mentirosos, la consecuencia es inevitable: su presupuesto publicitario se volverá cada vez más ineficiente. Tan sencillo como eso.
Al principio tendrá que inventar mentiras cada vez más grandes para atraer a cada vez menos incautos, hasta que llegue el punto que ningún leñador acuda cuando usted grite que allí viene el lobo.
El siguiente paso, inevitable también, será que los jóvenes se vuelvan adultos y desechen su marca para siempre. A diferencia de antes, los jóvenes de hoy tienen muy poca paciencia. Me fallas una, me fallaste siempre, tengo de donde escoger, no te necesito. Allá fue Blackberry y algún día le seguirá Facebook, mark my words.
Hoy día, iniciando el 2015, usted tiene una alternativa y es empezar a decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Efectivamente, sus anuncios lucirán tontos, pero le prometo que atraerán a la misma cantidad de gente que los anuncios llamativos, con una ventaja: su marca se estará consolidando. En cinco años, cuando los chicos que hoy ingresan a la Universidad se estén graduando y formando sus familias, usted verá pasar frente a su puerta el cadáver de sus enemigos.
Los viejitos cascarrabias tenemos una ventaja: ya lo hemos visto antes, sabemos exactamente lo que va a pasar.