Sobrevivir es la mitad del éxito
Anteayer asistí a la muerte de un negocio. El hecho, ya bastante triste por sí mismo, me permite hacer la comparación que da título al artículo.
Da la casualidad que conocía este negocio desde hace muchos años, así como otro del mismo giro, vecino del difunto. Para mayor facilidad, llamémosle al negocio que murió “Judas” y al que sobrevive “Pedro”. Me dedico a asesorar a Pedro. Hace exactamente un año, antes de la pandemia, Pedro fue desahuciado, le sacaron de su local con una deuda enorme e impagable y cerró sus puertas, sin un centavo en la bolsa. Pedro no tenía nada, excepto ganas de seguir adelante. Judas, por su parte conservaba su local, una clientela constante, ventas considerables y básicamente todo para considerarlo un negocio exitoso.
Pedro no esperó ni un solo día y empezó a vender desde su casa. Recorriendo el vecindario, entregando tarjetas de presentación, dando muestras, haciendo publicaciones orgánicas (gratis) en su página de Facebook. Sus ventas no alcanzaban ni la tercera parte de lo que eran antes, pero le daban para comer. Cometió muchísimos errores, hizo malas inversiones, pero forzado por la necesidad se tuvo que enfocar en sus orígenes y a los 5 meses ya estaba anunciando regularmente su producto por Facebook con el exorbitante presupuesto de dos dólares diarios. Vino la pandemia, cambiaron las cosas y de pronto todos nos encerramos en casa. ¿Le daría la puntilla al negocio de Pedro? Al contrario. Acostumbrado a estar en casa, Pedro se adaptó rápidamente al nuevo orden mundial y lentamente su negocio sigue creciendo, ahora ya invirtiendo casi cuatro dólares diarios en publicidad.
¿Qué pasó con Judas? La pandemia le obligó a cerrar sus puertas igual que a muchos, pero no le preocupó mucho. Era algo pasajero, ¿no? Hasta ese momento, nadie podría haber hecho algo diferente. El problema empezó después, cuando se planteó la decisión entre “sobrevivir” y “rentabilizar”. Menos de un mes después de las restricciones de movilidad, el Gobierno permitió a Judas abrir parcialmente, pero Judas rechazó el ofrecimiento. Era un negocio de todo o nada, abrir en “esos horarios” y con “esas restricciones” no iba con su personalidad. Allí empecé a notar el error y lo señalé muchas veces. “Abran”, les decía yo. “Aunque sea poco, algo se gana. Al menos se pierde menos”. La respuesta fue un portazo en mis narices.
Al llegar la reapertura, Pedro temía que su buena suerte se había acabado. Toda su competencia estaba abierta, y efectivamente, el primer fin de semana fue el peor de su historia reciente. Judas se regocijó porque podía abrir nuevamente. Pedro y yo temíamos lo peor, pero seguimos adelante, con nuestros tres dólares diarios de publicidad. Introdujimos un nuevo producto.
Lo que Judas no tomó en cuenta, fueron los seis meses de inactividad. Tenían el local, el personal y la clientela pero les faltaba el impulso. De hecho el negocio reabrió con suficientes ventas para sobrevivir… menos los seis meses de deuda. En quince días el negocio había muerto.
Pedro se recuperó una vez más. Acostumbrado a sobrevivir, hizo un éxito del nuevo producto. El primer mes de la reapertura acumuló un 20% de crecimiento orgánico.
Hoy Pedro sigue sobreviviendo en terapia intensiva. Nada es seguro, podría morir en cualquier momento. Pero sigue vivo. Judas ha muerto. Ahorcado con sus propias deudas, incapaz de arrepentirse y cambiar. El éxito ha escapado de sus manos.
Después de haberle puesto nombres ficticios a los personajes de esta historia, me di cuenta que el Judas y el Pedro bíblicos son un excelente ejemplo de esta tesis. Hace mucho estoy convencido que si Judas Iscariote hubiera aguantado un poco más, habría sido el apóstol más famoso de todos. ¿Qué mejor santo que pecador arrepentido? Imagínate sus predicaciones: “Yo traicioné al Señor y Él me perdonó. Yo dudaba y ahora creo”. ¿No somos Judas todos? Pedro también fue un traidor, pero en lugar de ahorcarse se escondió para sobrevivir.