¿Eres o haces?
Los humanos tenemos la tendencia a definirnos por lo que hacemos y no por lo que somos. “Soy ingeniero”, “soy publicista”, “soy albañil”.
Esta idea es práctica, porque para los demás es fácil encasillarnos cuando nos definimos por nuestro rol en la sociedad. Pone orden en el caos. Sin embargo, no deja de ser un error en el que la gente “de arriba” va poco a poco abandonando y es algo que los “de abajo” deberíamos aprender.
¿Qué pondría en su tarjeta de presentación un empleado menor? “Oficial asistente de turno 3”, “Assistant Brand Manager”, “Supervisor de Ventas de la Región Sur”. A más bajo el puesto, más largo el título. En la medida que los puestos van escalando la pirámide, los títulos se van reduciendo: Gerente Regional, Gerente de Ventas, Chief Executive Officer, etc.
¿Cómo podría ser la tarjeta de presentación del Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica? ¿Creería usted que pone todos sus títulos, cargos y puestos? ¿Jefe del Poder Ejecutivo, Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas, etc, etc? Aquí volvemos a encontrarnos con el mismo fenómeno: a menor importancia del puesto, más largo el título: “Presidente Constitucional de la República Bolivariana de Venezuela” contrasta bastante con el POTUS, aunque no dejan de ser ambos rimbomantes.
Sin embargo, la gente realmente importante deja de usar títulos. El Papa es simplemente Francisco, el Rey es Carlos, Felipe, Juan, Margarita, Alberto. Cuando alguien realmente ES alguien, lo que HACE deja de tener importancia.
Vamos un nivel más arriba y nos encontramos con San Pablo, Apóstol de los Gentiles y con el humilde Santo Cura de Ars. En el extremo más alto de la cadena humana encontramos a Santa María, madre de Dios y madre nuestra.
Y allí se empiezan a acabar los títulos. Jesús, Hijo de Dios, Dios y Hombre verdadero, se definía a sí mismo como “hijo del hombre”. Por arriba (si es que existe un arriba en la Santísima Trinidad), sólo está Abbá y el Espiritu Santo que no llega ni siquiera a tener nombre, mucho menos título.
Aquí es a donde quería llegar: Dios, creador supremo de todo lo que existe, visible e invisible (tómate esa, a ver si puedes superar ese título), se define a sí mismo como “yo soy”. Soy. No es “hago”, porque si se dedicara a decir qué hace, nos pasamos la eternidad y no terminamos de imprimir la tarjeta.
¿De qué te sirve todo esto?
Si eres un poco como yo y vives preocupado por tu valor en la sociedad, deja de definirte por lo que haces y empieza a definirte por lo que eres. Es difícil, lo sé, pero se me ha ocurrido un truco para empezar a despojarte del estrés de todos los días: lo que te define no es lo que haces sino lo que has hecho.
Regresemos a las personas divinas: Dios Padre está definido por lo hizo, nada más crear el universo. Solo eso. Lo que haga hoy le tiene sin cuidado, ya suficiente hizo. Dios Hijo está definido por su pasión muerte y resurrección para redimir nuestros pecados. Con eso tenemos suficiente. Jesús podría echarse a dormir en la barca por el resto de la eternidad y no cambiaría en nada lo que Es.
En un ambiente más humano, el POTUS es lo que es porque fue electo. Lo demás carece de importancia hasta la próxima elección. El rey nació príncipe, el Papa es sacerdote (y pastor, dice Francisco), y tu y yo somos lo que somos por lo que hemos hecho, no por lo que estamos haciendo hoy.
Así que si hoy te quedas desempleado, eso no cambia en lo más mínimo lo que eres. Si hoy te abandona tu mujer, eso no cambia nada tu historia de casado. Aunque tus habilidades sean menos mercadeables hoy, lo que eres es, aunque hagas algo diferente.
Algún día tu y yo aprenderemos a definirnos por lo que somos. Empecemos hoy definiéndonos por lo que hicimos y no por lo que aún tenemos por hacer.