Como adulto
Estoy dolorosamente consciente de que los jóvenes de hoy sufren muchas más presiones que los de antes. Y a pesar de eso, la mayoría de padres y particularmente los maestros, insisten en tratar a los adolescentes como niños.
Trata al bebé como niño, al niño como adolescente; al adolescente como adulto, al adulto como anciano; al anciano como santo.
El error, que se comete en muchos aspectos de la vida, es que estamos siempre muy bien preparados para afrontar el pasado, pero estamos completamente desprevenidos para el futuro. No he conocido jamás ningún adolescente que se convierta en niño con los años, ni he visto ningún negocio que vuelva a ser “como antes”. Todo esfuerzo por recuperar “los viejos tiempos” es tan inútil como improductivo y con los días se nos van pasando las oportunidades de realmente enseñar a nuestros hijos y ver crecer nuestros negocios.
De pronto, un día los hijos se nos van de casa; los clientes se aburren de nosotros, vienen las novias y los competidores se llevan a los que eran “parte del inventario” y nosotros seguimos pensando en qué lindo era cuando podíamos dar dos gritos y todo quedaba arreglado. Eso ya pasó y nunca volverá.
En la vida personal, hay algo en lo que muy pocos piensan y es en nuestro propio destino final. No, no volveremos al vientre de nuestras madres. Un día nos moriremos y acá quedará un recuerdo nuestro -si Dios quiere, uno bueno- y ¿qué dirán los que quedan sobre nosotros? “¡Siempre se quedaba tarde en la oficina!” “Qué camisas tan bien planchadas usaba”. “Nunca lo vi sacarse un moco en el semáforo”. ¿Es ese el recuerdo que queremos dejar?
Nos ocupamos demasiado en presentar una imagen juvenil, pero la gente siempre nos recordará por el pelo blanco y el andar lento. Y por eso que siempre nos caracterizó y dejó una huella en los demás. Si el Señor tiene misericordia de mí, espero que un día digan “Era un hombre justo”.